PASEO
A veces
paseo por el cementerio
para mirar los retratos difuntos.
El niño que no fuiste
me reprocha desde un mármol
florido
de pétalos de plástico
sobre un jarrón ‘todo a cien’
su desconsuelo,
y en brillante artificio me
cuestiona
por qué vuelvo otra vez,
siempre a deshoras.
Observo una escalera
al pie de un mausoleo,
solitaria,
hierática,
como esta espera eterna.
Acercarme,
arrastrarla,
subirme hasta tu lápida para
llegar a ti.
Mi deseo fue escueto,
solo el nombre y ninguna filigrana.
Hay que dejar morir sin
aspavientos.
Abriría la losa
como se hace en los cuentos,
con la fuerza de la imaginación.
Quitarme este disfraz
de cuerpo y alma en pena,
ser un gusano fiel.
Permanecer contigo y engullirme
tus gases.
Deslizarme entre el polvo
y tropezar de golpe
con los abrazos rotos,
acurrucarme en el manto de tu
piel.
Darte caricias yermas,
beberme de tus labios
besos embalsamados,
susurrarte una nana de epitafios,
adormecerme en el silencio del
dolor.
Llenarme en tu vacío,
y preñarme de ti
como al principio.
Que no fuera tu nombre
el que esculpe esta piedra
ni pasaran las horas tan
despacio.
Observo el campanario
que no alberga ni cigüeñas ni
nidos
y me saca de un letargo perfecto.
Ha empezado a llover.
Miro los charcos,
y me ahogo en ellos.