Una ciudad se habita,
se pierde en ella misma,
viene y va dando vueltas
y a empujones aprende a abrirse paso.
Viste de gris, de uniforme, es excéntrica.
Tiene malos modales,
profiere insultos,
escupe tacos,
¡siempre grita!
Y se atraganta de excesos repentinos,
se degolla a si misma
con tarjetas de crédito.
Llora desnuda su soledad innata,
pasea su vacío en limusina,
se pavonea en los escaparates
mientras ahoga su risa
en las cloacas del miedo.
Es entonces que el cielo desde arriba
antes de que se duerma la repliega
en un abrazo cálido e infinito.
Y allí en el vertedero de las frustraciones
donde se acumulan los despojos humanos
los niños imaginan juegos nuevos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario