Cuando lo arrases todo,
y ya no queden más que los cadaveres,
seguirás odiando mi presencia.
No tendrás suficiente
con tu afán de venganza convertido en excusa,
seguirás esperando a tu mesías,
creyendo que eres el elegido
por encima del cielo
y de mi tierra.
Usurparas la nada,
porque la nada también te pertenece,
olerás el aire del mismo crematorio de tu holocausto,
me matarás de hambre,
me robarás los dientes,
me encerrarás en el gueto de la raza,
dejarás que las ratas me roan la esperanza
con la indiferencia de las naciones.
Tendrás la sensación
de haberme aniquilado,
que la historia ha llegado a su final.
Pero en el llanto de tus hijos al nacer
escucharás los gritos de los míos,
golpearás sus cráneos en el muro de las lamentaciones,
celebrarás el Shabat
con el caldo de sus médulas oseas
y entraran en el intestino de tus sueños.
En cada amanecer
se llenará de sangre el sol
cuando ilumine el cese de los bombardeos.
De los escombros de la ciudad de Gaza
se asomarán los ojos de las larvas
y no podrás esquivar mi mirada.
Recorrerás la santidad de tus calles
vestido con el luto de mi agonía
y en tu sombra te perseguirá el miedo
de saber que llevas la semilla
del genocidio incrustado en los genes.
Porque es el odio el que te sustenta,
y solo el odio
tu herencia y tu legado.
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