El unicornio la miró con desilusión. Inocente y aterrada, la joven virgen, suplicaba clemencia. Arremetió contra ella y clavó su cuerno en el esternón de la doncella. Después abrió sus alas y alzó el vuelo hasta posarse en la cumbre de un pico montañoso para observar entusiasmado a un leñador que nadaba desnudo por el río.
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