Las huellas en la arena permanecen.
Son las voces sin nombre, la dirección sin rumbo, la bruma en mitad de la tempesta.
La luz de un faro derruido que se afila en los acantilados.
El mensaje sin botella.
La erosión del resto del naufragio.
Son huellas vagabundas, pasajeras,
huellas de asentamiento, del exilio,
huellas incrédulas y aterrorizadas.
Por la noche se arrastran los espectros,
buscan desesperados la forma de su horma
y se las prueban todas,
las desordenan todas,
las acumulan todas,
unas encima de otras,
para formar las dunas.
Huellas que son la aguja de este reloj de arena
que se escurre en la palma de la mano,
la mano que alimenta la boca de la podredumbre,
y de la boca,
la espuma de la rabia,
el refugio de un cuerpo putrefacto
que muerde mis tobillos con sus dientes de concha.
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