Lucha interior
A ti, infiel compañera,
a ti te hago culpable de mis éxitos.
Te vas vanagloriando por las calles
de mis días de angustia,
de cómo soportaste las caídas.
Pocos saben, ingrata,
que a punto estuve de tirar la toalla y decir:
¡no puedo más!, ¡no sigo!,
Pero no fuiste tú la que me dio una tregua
ni con mi aliento me allanó el camino.
Los días más difíciles,
esos que no se escriben en el diario,
los que grité en silencio, me ahogué en problemas,
sufrí miedo, soledad, hastío,
me tragué a platos llenos
el desamor, la pena,
no soporté el dolor,
tú me mirabas con tus ojos de espejo
y sonreías.
Con esa bandera tuya victoriosa,
cerraste tu espectáculo de feria
y me dejaste nuda a la intemperie.
No vuelvas junto a mí,
No queda abierta la pasión ni el combate.
Ahora que todo se ha acabado y respira tranquila mi
consciencia
olvida el corazón con el que palpitabas
y no vuelvas a llamar más a mi puerta.
Sin adrenalina, lucha, tensión y contradición la vida sería hastío, pues no permitiría ningún tipo de delicia. Este poema también me lo ha recordado. Y es cierto, la convulsión interna destruye toda opción posible en lo inmediato.
ResponderEliminar