Slow Food
Cocíname a fuego lento el éxtasis
y deja que rebañe el cuenco
por el que te derrites.
El perro ha conquistado tu lugar en la cama,
no me importa que la llene de pelos.
Lo abrazo en la mañana
como una niña tonta se abraza a su peluche.
Le doy los buenos días,
le hago carantoñas y le miro a los ojos,
jugueteo con él de madrugada,
lo acaricio, lo mimo, lo consiento,
ha dejado su olor por todas partes.
Temo que un día de estos,
en un despiste,
le llame por tu nombre.
revolotea entre las risas y los juegos
y se nutre del néctar de las flores
que crecen
en los más profundo del bosque.
En la alcoba del Riad nos desayunábamos sin prisa.
Degustábamos juntos
el té y la hierbabuena,
la dulzura,
el aceite y las frutas,
con su pulpa jugosa y su mordisco cítrico,
los panes y aceitunas,
la miel que se escurría
en las yemas de los dedos.
A veces,
mientras nos untábamos de mimos,
se colaba el canto del muecín
entre los arcos y las filigranas
de nuestros cuerpos empapados de aromas,
la llamada a la oración sagrada,
y entonces,
eras devoto de mi vientre,
y yo sacerdotisa de tu gozo,
y el exotismo excitaba el aire,
y yo era golondrina y tú eras fuente,
y yo era palmeral y tú eras viento.
Ojalá fuera yo
la poeta que te escribe a diario.
Así creerías
que las palabras sucumben a tu imagen,
que la idea proviene del recuerdo,
que eres el hechicero de mis versos
y hallo la rima interna en lo sublime,
que la pasión es dueña de la técnica
y tu olor me regala metáforas perennes,
que es tu mirada la que emborrona el texto
y tu silueta la que le da vueltas,
que es mal de amores
lo que el oficio vence
y que cada vocablo
te pertenece.
Qué largo es el camino entre mis sábanas y tu pecho de almohada,
donde me acostumbré a que se colaran
los besos y caricias
por la persiana a medias de tus pestañas,
y dejar que el deseo trepara por la piel
de mis tardes de sábado.
Dejo a tu lengua
que sea la barca
que navegue la orilla de mi labios,
que descienda arrebatada
los remolinos de placer de mis caderas,
y repose sin prisa
en el puerto privado
de mi clítoris.
Al despertar
me empapa la lujuria
el pensamiento de tu sexo.
Se me hace raro despertarme en domingo
y que mi boca no busque la tuya,
que la nariz, con tiento de sabueso, no olfatee tu cuello y tu cabello,
que no haya una cadera que recoja mi cuerpo en cucharita,
que no responda el eco de tu abrazo
al decirte te quiero,
y no vuelva a dormirme,
pegada a tu regazo,
mientras suena la lluvia
en la ventana.