La Vieja Neo-nazi
entro en la pastelería ginebrina
de la Rue de la Servette.
Masticó nuestro acento
y empezó a hacerse bola en su garganta
los grumos de nuestros ojos negros.
Leía en el periódico
la noticia de las rebeliones callejeras
y deseaba un momento oportuno
para escupirnos con su saliva aria
los esputos de su estirpe de élite,
restregarnos la superioridad de sus canas albinas,
la altivez de su sangre azulada
en su mirada fría de crematorio.
Al marcharnos rozamos por torpeza,
con la chaqueta de la europa pobre,
sus gafas de vergüenza ajena,
y le dimos ocasión para el insulto:
"Es muy fácil pedir perdón"
Y todos los judíos se alzaron al unísono en su grito,
y en un eco sin fondo repetían
las palabras de su misma boca,
mientras le arrancábamos a tiras
los pliegues y el olvido de la historia.
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