Camino por el barrio.
Obvio un indigente en el cajero
de un banco que dispensa miseria.
Llevo los cascos puestos
para cegar el ruido del derribo,
alienar los sentidos,
evitar tropezar con mi indiferencia.
En el supermercado,
delante de una mano que suplica limosna,
escondo la cartera,
repito que no llevo cambio,
anclo la mirada en el asfalto
y esquivo la vergüenza
con la coraza de la clase media.
Es fácil excusarme en la escasez.
Yo voto a los humildes
y pago mis impuestos,
no es culpa mía comfiscarle la herencia
a los que como tú
sois bienaventurados.
Llego a mi hogar,
me tumbo frente al ventilador
para no darle vueltas a tu imagen
y escribo este poema
que deja hambrienta a la empatía
y engorda el buche
de mi mezquindad.