Me he vuelto un caracol.
Me deslizo desde el pulgar del pie
hasta subir muy lento a la rodilla
y posar mi saliva y mis jugos
en tu ingle de hoja.
Este cuerpo de blandas curvaturas
deja un trazo en tus dedos,
acompaña al ferviente balanceo
de quien quiere atraparlo en otro ritmo,
lleva su tiempo
mojarse despacio.
Recorro los sentidos,
el camino a la cima
desde un prado rociado
de mil gotas de escarcha
hasta la cumbre de su pico más alto.
En la espiral de los gemidos
enrosco el infinito del placer absorbido,
y al alcanzar la liebre
la meta entre mis nalgas nacaradas
dejo al caparazón
que gane la carrera,
que celebre tranquilo la victoria
y se deje llevar
ladera abajo.
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